Si crees que Dios es capaz de obrar milagros, entonces tienes que conocer la historia de Martin Pistorius, porque él es un milagro viviente; un milagro de Dios.
Todos habían perdido la fe. Los médicos no le daban esperanzas, sus amigos ya no se acercaban a verlo y hasta su propia madre creía que era una causa perdida. Martín apenas tenía 13 años y estaba condenado a muerte.
En 1988 Martin tenía 12 años y era un niño feliz. Vivía con sus padres y sus hermanos en Australia, iba al colegio y hacia deportes. Nada hacía pensar que poco después, la vida le daría un duro golpe.
Una mañana le dijo a su madre que le dolía la garganta. Todo hacía indicar que tenía un estado gripal, pero cuando pasaron un par de días y no mejoraba, sus padres decidieron llevarlo al médico.
Resultó que Martin padecía de un trastorno neurodegenerativo que en poco tiempo lo dejó sin poder hablar, ni moverse.
Nadie podía decir exactamente qué era lo que le pasaba y su familia estaba desesperada viendo cómo cada día su hijo se alejaba más y más.
Finalmente, los médicos no le dieron esperanzas y les comunicaron a sus padres que no viviría más de dos años.
¡Qué impotencia! ¡Qué injusticia! Este joven adolescente estaba condenado a muerte y nadie podía hacer nada por él.
Cuando Martin entró en coma, su familia se dio por vencida. Ya sólo quedaba esperar a que Dios se lo llevara. El sufrimiento que estaban soportando era enorme. No era justo para nadie; principalmente para Martin.
Pero después de 2 años de estar en estado vegetativo, Martin despertó. Sólo que cuando despertó, no podía hablar, ni moverse, ni escuchar. O al menos… eso era lo que todos creían.
Él no podía comunicarse y entonces no podía decirle a su familia que los veía, los escuchaba y entendía todo lo que sucedía a su alrededor, sólo que estaba como “encerrado” en su cuerpo sin poder salir y sin poder demostrarles que estaba ahí, que era consciente de todo lo que sucedía.
La vida de Martin se convirtió en un calvario. Sus padres trataron de ayudarlo en todo lo que podían, pero él no mejoraba.
Pensando que Martin no sentía y no percibía el mundo que lo rodeaba, fue maltratado, abusado y humillado por los terapeutas que se suponía debían cuidarlo y ayudarlo.
Vivía día a día esperando el momento de morir, porque pensaba que nunca más podría salir de esa jaula que era su propio cuerpo.
“¿Tendré que vivir así durante años y años si Dios me da vida?”, se preguntaba Martin.
Un día, su madre estaba tan angustiada y era tan infeliz con todo lo que pasaba, que se acercó a él y le dijo: “Ojalá te mueras”. Nunca imaginó que Martin había escuchado estas duras palabras y que entendía lo que ella decía.
Incluso, esta madre desesperada, intentó suicidarse dos veces.
Fue terrible para él que no podía moverse, ni hablar y escuchar que su propia madre le deseara la muerte, pero con el tiempo pudo perdonarla, porque sabía que sus padres estaban sumidos en la desesperación y ya no podían más.
Una sonrisa que le cambió la vida.
Martin se había resignado a su suerte. Viviría encerrado en su cuerpo hasta que Dios decidiera llevárselo. Esa era su tristeza más grande. Saber que nunca podría volver a abrazar a sus padres, a sus hermanos, a sus amigos… y que nunca conocería el amor.
Una tarde, cuando volvía a su casa con su padre; él bajó del auto para hacer unas compras. Martín se quedó esperando mientras miraba por la ventana.
De pronto, una persona que pasó caminando lo miró y le sonrió. Eso le cambió la vida.
Es increíble cómo un pequeño gesto puede devolvernos la esperanza. Él se dijo a sí mismo que lucharía, que no se daría por vencido. Iba a hacer todo lo posible para salir de ese encierro y para hacerle saber a su familia que podía escucharlos, que podía sentir y que podía entender. Pero… ¿cómo iba a hacerlo?
Martin necesitó la ayuda de un ángel. Su ángel de la guarda llegó en forma de una nueva terapista que rápidamente creó un vínculo con él y se dio cuenta de que Martin entendía todo lo que sucedía a su alrededor.
Ella convenció a sus padres de que hicieran nuevas consultas con los médicos. Sabía que había esperanzas para él.
¡Fue maravilloso! Un mundo nuevo se abría para este joven encerrado en su cuerpo, porque poco a poco, pudo comunicarse a través de un programa de computadora adaptado a sus necesidades.
A partir de ahí, los progresos fueron más y más. Martin hacía grandes avances, al punto de que pudo conseguir un trabajo haciendo fotocopias. Incluso, pudo volver a la Universidad.
El amor.
Pero Martin tenía un vacío interior que no podía llenar con nada. Él sentía que tenía mucho amor para dar, pero sabía que nunca podría casarse y tener una familia. ¿Quién lo querría siendo cómo era?
Hasta que apareció Joan. La vida todavía tenía mucho que devolverle a Martin y Joan se convirtió en la mujer de su vida. Ella se enamoró de su sencillez, de su ternura y de su fuerza interior.
Él dice que ella le dio ánimos para seguir adelante y Joan dice que admira su coraje. Se aman, se respetan y se admiran mutuamente.
Y cuando Martin creía que su vida ya estaba completa al lado de una mujer maravillosa, recibió la maravillosa noticia de que serían bendecidos con un hijo.
Sebastian, llegó a la vida de esta pareja para colmarlos de felicidad.
Martin escribió un libro que se llama “el niño fantasma”, en donde cuenta lo que vivió durante esos casi 10 años en que estuvo consciente, pero desconectado del mundo.
Su reflexión final, nos anima a comunicarnos. Él habla de la suerte que tenemos todos en poder hablar y expresar lo que sentimos. Él estuvo privado de poder hablar durante años y aún lo está, pero puede comunicarse por otros medios.
Su historia es conmovedora y nos enseña que nunca hay que perder las esperanzas, porque los milagros existen y Martin lo sabe bien.
Gracias a Dios por su segunda oportunidad.