Antes se los llamaba asilos de ancianos, ahora se los llama geriátricos u hogar para mayores de la tercera edad. Independientemente del nombre que tengan, las residencias para mayores muchas veces se convierten en los lugares de depósito de los abuelos.
No podemos decir que algunas familias no tengan alternativa. Tal vez nadie puede cuidarlos todo el tiempo, tal vez todos los integrantes de la familia trabajan, tal vez el abuelo requiera de ciertos cuidados para los que no estamos preparados o que nadie sabe cómo hacer… es verdad.
Pero lo que no se puede aceptar es que los abuelos queden en los geriátricos casi abandonados y que nadie vaya a verlos para darles un beso, un abrazo o pasar un rato conversando con ellos.
Es penoso ver cómo las familias se desentienden del problema una vez que instalan a los abuelos en estas residencias y no piensan en lo solos y tristes que se sienten cuando nadie viene a verlos.
Este abuelo murió solo en una residencia de ancianos. Su familia se había olvidado por completo de él. Era como que no tuviera a nadie en el mundo. Y cuando los enfermeros que lo cuidaban encontraron una carta debajo de su almohada, nadie pudo contener las lágrimas.
Esperó en vano que sus hijos y sus nietos vinieran a verlo y plasmó su tristeza en estas líneas conmovedoras. Dios sabrá lo que tiene reservado para quienes se olvidan de las personas que los criaron y los cuidaron cuando eran niños.
La carta decía así:
“¿Qué piensas cuando me ves? ¿Ves a un hombre enfermo y sin ganas de vivir? O ¿solo ves a un hombre viejo y un poco incómodo que tienen hábitos despreciables y ojos distantes, a quien la comida se le cae de la boca y no responde?
Siempre intentas hacerme comer y dices en voz alta, ¡al menos intenta comer! Soy alguien que pierde si calcetín y sus zapatos ¿Quién quiere cuidar de mí, un anciano que extiende sus horas de baño y comida? Y todo esto con el propósito de acortar la duración de sus días.
¿Piensas en eso cuando me ves? Abre los ojos y mira a las enfermeras…. No me miran.
Te diré quién realmente soy, soy un recién nacido que tiene que alimentar su madre. Soy un niño de 10 años que tiene padre, madre y hermanos que se aman mucho. Soy un adolescente de 16 años con mucha energía; que sueña con encontrar a la mujer de su vida. Soy un novio de 20 años con un corazón que palpita por una dama, soy ese que se casó a los 24 con su persona especial. Soy un joven padre que cría a sus hijos, que ya con 30 sus hijos están creciendo rápido, pero hago todo lo que puedo por pasar tiempo con ellos. A mis 40, ellos ya son pre-adultos y aún continúan creciendo, algunos incluso ya se han ido de la casa, otros se están por casar, pero a mi lado siempre está mi querida esposa.
Con 50 años tengo un bebé en mis brazos, la alegría de ser abuelo es inmensa. Los niños juegan entre mis piernas y se divierten. Pero días tristes tocan en mi vida, mi querida esposa muere. Solo puedo mirar al futuro con miedo; mis hijos hicieron sus vidas, mis nietos también, así que pienso en los años pasados, cuando conocí el amor.
Ahora soy un viejo sin fuerzas, la naturaleza es cruel y no perdona. Todos te miran con desprecio, como si fueras alguien inepto e inútil.”
El recorrido de la vida de un hombre que vivió para los demás y que, al final, nadie tuvo un momento para él.